Este libro me ayudó a enfrentar mi ansiedad

Nunca imaginé que un libro se convertiría en mi mejor aliado contra la ansiedad. Si me lo hubieran dicho hace unos años, probablemente me habría reído con escepticismo. Para mí, leer era aburrido, una tarea pesada que solo hacía por “obligación “en el colegio. Por otro lado, lidiaba con ansiedad casi a diario: esas oleadas de preocupación y miedo que aparecían sin avisar (Mi mayor miedo siempre ha sido que mis papás o mi abuela un día ya no existan), especialmente en épocas de muchos trabajos en la universidad o una vida desordenada de trasnochos y demás.¿Quién iba a pensar que la lectura, de todas las cosas, sería la herramienta que necesitaba para sobrellevarlo?

Quiero compartir por mi experiencia, cómo el hábito de la lectura pasó de ser inexistente en mi vida a convertirse en un refugio esencial y cómodo. Verás cómo leer me ayudó a comprender mi ansiedad y a vivir con ella de otra manera, más positiva (sin pasarme al extremo de positividad tóxica) y presente. No se trata de evadirla o esconderla debajo de la alfombra, sino de enfrentarla con nuevos ojos. Y sí, en el camino descubrí que leer no es aburrido, que no existen reglas estrictas para hacerlo, que lo más difícil es animarse a empezar, y que la lectura puede salvarte de muchas cosas, tal como me salvó a mí.

Cuando la ansiedad era mi sombra

Para ponerte en contexto, déjame contarte un poco sobre mi relación con la ansiedad. Desde adolescente he sido nervioso. Recuerdo estar en clase con el corazón acelerado solo por imaginar que el mundo no iba a pasar al nuevo siglo, que el atentado a las torres gemelas iba a ser el comiendo del fin del mundo, o que la profecía del anticristo de Nostradamus, se iba a cumplir. En las noches, a veces me costaba dormir porque mi mente corría maratones de pensamientos catastróficos: ¿y si repruebo el examen? ¿y si decepciono a mis padres? Cada pequeña preocupación crecía hasta volverse un monstruo. La ansiedad era como una sombra pegajosa que me acompañaba a todas partes. Debo confesar que antes no le veía la gracia a leer. Mis únicos contactos con libros eran los de la lista escolar, y muchas veces los leía a regañadientes o solamente por cumplir una nota. Tenía la idea preconcebida de que leer era para ratos de ocio interminables (¿y quién tiene tiempo de sobra siendo estudiante?) o para gente muy intelectual. En resumen, pensaba que leer era aburrido y que no era “lo mío”. Prefería mil veces distraerme con videojuegos, series o scrolleando en el teléfono – como muchos de mis amigos (Que tampoco está mal ¿bueno?).

Pero todo cambió una tarde que recuerdo bien. Había tenido un día particularmente difícil. Llegué a casa buscando cómo despejar mi mente. Por casualidad, vi en mi escritorio un libro que me habían regalado hacía meses y que nunca abrí. Era una novela de aventuras, nada demasiado profundo, pero decidí darle una oportunidad (supongo que estaba tan desesperado por dejar de sentirme mal que cualquier distracción sana era bienvenida). Abrí ese libro sin mucha expectativa... y para mi sorpresa, pasé la siguiente hora totalmente absorto en la historia. Por primera vez en mucho tiempo, mi mente dejó de concentrarse en mis angustias y se enfocó en algo diferente. Al cerrar el libro, me di cuenta de que durante esos 60 minutos no había sentido ansiedad; me había sentido tranquilo.

Esa experiencia me hizo clic. ¿Será que la lectura podía ser más que un simple pasatiempo obligatorio? Decidí intentar leer un poco cada día, aunque fuera unas páginas. Al principio no fue fácil convertirlo en hábito – lo admito, lo más difícil de leer es empezar. Costó trabajo desconectar del teléfono y de la costumbre de la gratificación instantánea para sentarme con un libro. Había días que me distraía a los dos párrafos y lo dejaba. Pero persistí con suavidad, sin presionarme demasiado. Aquí no hay reglas para leer: aprendí que podía leer a mi propio ritmo, sin importar si eran 2 páginas o 20, sin horario fijo, sin sentir que debía terminar el libro a toda prisa. Si un libro no me enganchaba, podía cambiar a otro – y no pasaba nada. Esa libertad me quitó un gran peso de encima; comprendí que la lectura no tiene por qué ser una tarea rígida ni seria.

Con el tiempo, empecé a encontrarle el gusto. Descubrí que leer no es una actividad aburrida; de hecho, es lo contrario de estar aburrido. Cuando leía, entraba en mundos interesantes, conocía personajes, viajaba con la imaginación. Me di cuenta de que esos ratos con un libro eran de los pocos momentos del día en que mi ansiedad se quedaba en silencio. Irónicamente, yo que pensaba que no tenía tiempo, empecé a esperar con ansias esos 15 o 20 minutos por la noche para leer y relajarme. Era mi pausa personal. Poco a poco, sin darme cuenta, estaba formando un hábito nuevo y mi perspectiva sobre la lectura había dado un giro de 180 grados.

Sin miedo: el libro que cambió mi forma de ver la ansiedad

Mi incursión en la lectura siguió avanzando. Leí un par de novelas que me encantaron y hasta algún libro de fantasía que me hizo soñar despierto. Pero el momento decisivo en mi historia llegó con un libro de no-ficción, uno que literalmente me cayó del cielo en el momento justo: Sin miedo, de Rafael Santandreu.

¿Cómo llegó Sin miedo a mis manos? Un amigo muy cercano sabía por lo que yo estaba pasando con la ansiedad. Un día, conversando sobre nuestras batallas mentales, me dijo: “Deberías leer Sin miedo, a mí me ayudó bastante cuando tuve una mala racha”. Al principio dudé; era un libro de autoayuda escrito por un psicólogo, y temía que fuera pesado o que me hiciera sentir raro (ya sabes, algunos pensamos que esos libros son solo para casos «extremos» o que van a sermonearte). Pero confiaba en mi amigo, y para ser sincero, estaba dispuesto a probar cualquier cosa que pudiera servirme. Así que lo conseguí y empecé a leerlo una noche, con la mente abierta y muchas ganas de sentirme mejor.

Desde las primeras páginas, Sin miedo logró engancharme. Santandreu escribe de forma sencilla y cercana, casi como si te hablara un amigo que sabe por lo que estás pasando. Me vi reflejado en muchas descripciones de cómo opera la ansiedad y el miedo irracional. Sentía que por fin alguien ponía en palabras eso tan caótico que yo sentía por dentro. Pero lo más importante: el libro ofrecía un método práctico para superar esos miedos que me paralizaban. Santandreu proponía cuatro pasos muy claros – afrontar, aceptar, flotar y dejar pasar el tiempo – para reconfigurar la forma en que enfrentamos la ansiedad (Santandreu, 2021). Esa idea de “flotar” sobre el malestar en lugar de luchar contra él me pareció revolucionaria. Básicamente, aprendí que la verdadera cura del miedo es dejar de temerle, es decir, dejar de huir de las sensaciones desagradables y permitir sentirlas hasta que pierdan su poder. En esencia, Santandreu me enseñó que debía hacer las paces con mis síntomas en vez de entrar en pánico cada vez que aparecían.

Recuerdo claramente una noche mientras leía Sin miedo: casi parecía que el libro me hablaba directamente. Decía algo como “para superar la ansiedad, debes dejar de intentar evitarla” – y fue como si una bombilla se encendiera en mi cabeza. Hasta ese momento, mi instinto siempre había sido escapar de lo que me daba ansiedad (por ejemplo, si sentía pánico en un lugar concurrido, salía corriendo de allí, o si un pensamiento me angustiaba, trataba de suprimirlo). Pero ahora este libro me decía: No huyas, quédate. Siéntelo. Déjalo estar. 💡 Esa fue una lección poderosa para mí. Decidí ponerla en práctica poco a poco. La siguiente vez que sentí un ataque de ansiedad, en lugar de pelear contra las palpitaciones y mareos, recordé las palabras de Santandreu y traté de “flotar” con ellas – respiré, abracé esas sensaciones incómodas aunque dan miedo, y me repetí que era un mal rato que pasaría. ¿Y adivina qué? Pasó. No inmediatamente, pero pasó, y yo me sentí victorioso por no haber huido de mí mismo.

Sin miedo fue un punto de inflexión. No solo me dio técnicas concretas, sino que cambió mi mentalidad. Me di cuenta de que, aunque la ansiedad no desapareciera mágicamente, yo podía aprender a vivir con ella sin tanto sufrimiento. Y aquí es donde la lectura en general jugó un papel aún más importante: Santandreu sugería en su libro que actividades como leer podían ayudar mientras afrontábamos el miedo, porque nos mantienen ocupados y a la vez serenos theobjective.com. ¡Tenía todo el sentido del mundo! Leer se había convertido justo en eso para mí: en la actividad que me calmaba, que me acompañaba en el proceso de atravesar la ansiedad sin huir.

No exagero cuando digo que le doy crédito a Sin miedo por mucho de lo que mejoró en mí. Ese libro llegó en el momento indicado y lo cito como una de las herramientas más valiosas que encontré en mi camino. Por eso lo menciono aquí con tanto cariño. De hecho, hasta lo recomiendo cada vez que encuentro a alguien pasando por algo similar. Rafael Santandreu (2021) consiguió, con sus páginas, que yo entendiera mi ansiedad como nunca antes. Y más importante aún, logró que perderle el miedo a estar ansioso fuera posible.

Con todo lo que aprendí de Sin miedo, continué leyendo más y más. Para entonces, la lectura ya no era solo un pasatiempo ocasional, se había vuelto mi refugio diario. Los libros pasaron a ser ese lugar seguro al que podía acudir cuando mi mente se nublaba. Si sentía que una preocupación empezaba a escalar dentro de mí, tomaba mi libro y leía un capítulo para despejar la tormenta interna. Muchas noches, en vez de quedarme atrapado en pensamientos ansiosos, prefería perderme un rato entre páginas. Eso me relajaba y curiosamente, después de leer, podía reflexionar con la cabeza más fría.

Una de las mejores cosas es que no hay reglas ni restricciones en esto de leer para sentirte mejor. A veces leo novelas de fantasía que me transportan lejos de mis agobios cotidianos; otras veces prefiero libros más realistas o autobiografías de personas que cuentan sus propios retos (es inspirador ver cómo otros superan dificultades, te hace sentir menos solo). En ocasiones retomo capítulos de Sin miedo u otros libros de crecimiento personal cuando necesito recordar alguna lección. Y ¿sabes? También leo cómics y libros ligeros cuando el cuerpo me lo pide. Aprendí que da igual qué leas o cómo lo leas, lo importante es que te haga bien. Hay días en que devoro cincuenta páginas de un tirón y otros en que apenas leo cinco minutos antes de dormir. Y todo eso está bien. La lectura dejó de ser una competencia o una obligación; se convirtió en un espacio personal de libertad.

Algo mágico ocurre cuando te sumerges en una lectura interesante: por un momento vives en el presente. Esa es una de las mayores ironías – yo que solía estar atrapado en la ansiedad (que casi siempre es por cosas del futuro que podrían pasar), encuentro paz en enfocarme en la historia que tengo delante, aquí y ahora. Leer me ancla al momento presente sin esfuerzo, porque mientras sigo la trama o aprendo algo nuevo, mi mente no está saltando a preocupaciones imaginarias. Esa presencia es un alivio enorme para alguien ansioso como yo. En lugar de evadirme por completo de la realidad, siento que mi mente descansa y se recarga en cada rato de lectura, para luego volver al mundo real con más calma.

No puedo enfatizar lo suficiente cuántas veces la lectura me ha salvado. Me salvó de noches de insomnio dándole vueltas a los “¿y si...?”. Me salvó de aislarme en mi habitación solo pensando en cosas negativas; en lugar de eso, me animó a salir a buscar libros nuevos, a conectar con otros lectores, a tener conversaciones distintas. Me salvó de caer en hábitos poco saludables para lidiar con el estrés (como llenar esas horas con redes sociales interminables que a veces empeoran la ansiedad). En vez de eso, cuando siento esa inquietud asomándose, sé que es hora de prepararme un té, buscar ese libro que tengo a medias, acurrucarme y leer un rato. Es casi terapéutico: página a página voy sintiendo que la respiración se me estabiliza y los músculos se relajan. Los libros se han vuelto mis compañeros fieles, esos amigos silenciosos que siempre están ahí cuando los necesito, listos para distraerme, enseñarme o simplemente hacerme compañía. Hoy por hoy, sigo siendo un una persona como todos, con días buenos y días de ansiedad (porque esto no es un cuento de hadas donde todo desaparece mágicamente). La diferencia es que ya no veo a mi ansiedad como un monstruo invencible, sino como algo que forma parte de mí y con lo que he aprendido a convivir. En gran medida, se lo debo a la lectura. Cada libro que he leído en este viaje ha sido un ladrillo más en la construcción de mi fortaleza emocional. Algunos ladrillos me los dieron novelas entretenidas que me recordaron lo que es reír y soñar despierto. Otros ladrillos, como Sin miedo de Rafael Santandreu, me dieron herramientas concretas y esperanza en mis momentos más oscuros.

Mi intención al compartir esta historia es doble: por un lado, dejar testimonio de que la lectura puede ser una tabla de salvación real y poderosa incluso para problemas tan abrumadores como la ansiedad. Por otro lado, quiero animar a cualquiera que se sienta como yo me sentía – con miedo, con estrés, pensando que leer no es lo suyo – a que le dé una oportunidad a ese libro que le causa curiosidad. No hay que seguir ningún reglamento ni leer cierto tipo de libros “especiales”: escoge lo que a ti te guste, a tu propio ritmo. Lo importante es empezar, porque sí, insisto, lo más difícil de la lectura es animarse a empezar. Una vez pasas esa barrera inicial, te prometo que se abre ante ti un mundo acogedor.

A estas alturas, leer se ha vuelto una parte de mi identidad. Ya no es solo un hábito, es mi refugio, mi terapia personal y mi forma favorita de recordar que no estoy solo con mis preocupaciones. Cuando me encuentro con días de mucha ansiedad, sé que siempre puedo contar con un buen libro para enfrentar esas horas difíciles de manera más llevadera. La lectura no me evade de la realidad, me prepara para ella desde un lugar más tranquilo.

Referencias:

Santandreu, R. (2021). Sin miedo: El método comprobado para superar la ansiedad, las obsesiones, la hipocondría y cualquier temor irracional. Grijalbo.

 
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